Crónica del Juicio
Sobre la declaración de la hermana de Raymundo Gleyzer en la causa sobre el El Vesubio
Cinco de Julio. Diez y treinta de la mañana. En una sala de los tribunales de Comodoro Py, y con los comentarios de la eliminación del Mundial aun en boca de todos, va a declarar Greta Gleyzer, hermana de Raymundo (cineasta, miembro fundador de Cine de la Base, desaparecido por la última dictadura militar)
No habíamos asistido aún al juicio. Llegamos temprano, se estaba preparando todo. Nos sentamos en un cómodo sillón de cuero negro, donde había ya sentado un señor mayor, traje y cigarrillo con boquilla en mano. Nos preguntamos si sería uno de los abogados, uno de los acusados, un familiar. Al sentarnos, cambia su postura, y nos da la espalda, jamás nos mira (nos habría visto antes) Resultará ser el ex coronel Pedro Alberto Durán Sáenz, ex jefe del centro clandestino de detención El Vesubio, actualmente detenido, cumpliendo arresto domiciliario; y uno de los principales acusados de la tortura y desaparición de Raymundo Gleyzer, Haroldo Conti, Héctor Oesterheld, entre otros.
Nos levantamos, nos movemos hasta donde ingresa el público. Llegan los familiares de Greta, de Raymundo. Con un humor y comentarios (también sobre el Mundial) que nos sorprenden. Quizás por imaginar, estereotipadamente, el rictus canónico de un juicio, de quienes participan en él. Evidencian también, con su buen ánimo, un otro talante, una libertad en sus movimientos y comentarios, despojados de las formas encorsetadas de - cuanto menos- los militares.
Nosotros y la familia Gleyzer. Cuesta creer que al momento que se realiza el juicio por uno de quienes paradigmáticamente llevaron hasta las últimas consecuencias la relación arte y política, incluso por uno de los más célebres de los detenidos desaparecidos, casi nadie haya acompañando. Después llega un poco más de gente, otros testigos, amigos de la familia. Pero casi no hay público. Nadie de los que conciben que esa vida, esa muerte, más allá que no sea de la familia, los signa, los constituye, a ellos, a la Historia.
Ingresa Greta. Jura. Comienza a atestiguar. Habla de forma pausada, clara, contundente, con una memoria prodigiosa, trabajada, comprometida. No es dubitativa, ni conciliadora: “vengo a denunciar un asesinato”, son sus primeras palabras. Y enuncia, como por primera vez lo ya dicho, escuchado, repetido. Vuelve a decir, y refunda lo ya sabido: “Desaparecer personas, privarnos de su presencia, a una hermana de su hermano, a un hijo de su padre, al mundo de un artista, quién se arroga ese derecho”. Dice, y otorga, a eso ya dicho, una nueva capa de sentido. Permite un volver a extrañarse y actualizar, revivir lo indignante, cruel, arbitrario y a la vez sistematizado del proceso militar.
(Re)construye la biografía de Raymundo Gleyzer. Habla de sus inicios, sus logros, sus premiaciones. Intenta ponerlo en contexto, y así volver aun más manifiesta la “banalidad del mal”. Lo exiguo e infame de una reflexividad burocrática que asesinó a mansalva. Lo intenta, y en ese intento, el arte, el cine, ingresan a la sala, a un juicio por crímenes de lesa humanidad. Qué impensables, y a la vez qué redundantes y desactivadas resultan hoy estas relaciones: arte, política, violencia. Greta nombra a Antonioni, Fellini, Rossellini, quienes entre muchos otros firmaron una carta a la Junta Militar por la liberación de Gleyzer. Y la brecha parece volver a abrirse: ella se esfuerza, enfatiza, pero esas palabras, esos nombres, en los oídos de quienes tenían como misión aniquilar el virus marxista, evidencian una distancia infinita. Un trabajador de la cultura, no sólo un abismo de sospechas para una concepción maquinal-instrumental de la sociedad (como la de los militares y civiles de la dictadura), sino una implicación y praxis política hoy no menos escamoteada (rastros espectrales de esos años aun en nosotros)
Relata, narra. Recuperando (y no sólo ella, claro) la importancia, la necesidad del relato, del argumento, de la rememoración, siempre en presente, actualizada, de lo sucedido. Fundamental (fundacional) importancia, para ella, para nosotros, para nuestra Historia. Lo agradece, “son el primer tribunal que me escucha, todo esto es muy importante, sépanlo”. Dice, y los compromete, y carga de valor histórico a ese instante, a este juicio, a los juicios, estos, los que pocos presencian.
Y presenciarlos no es lo mismo que saber, informarse de ellos: estar allí, ver llegar a los ex militares esposados, charlando con sus abogados, verlos escuchar el relato de los testigos, que nuestros cuerpos compartan espacio físico con los que sobrevivieron, quienes atravesaron transes traumáticos, y con quienes disponían de esos cuerpos de modo criminal, tiene una carga experiencial, de comprensión, distinta, densa. Un sello, una huella que permite pensar lo mismo (vivirlo) de otro modo. Y así, actuar de otro modo, o simplemente actuar. Y al menos, sentir (como sentimos) la necesidad, la obligación de (en nuestro caso) ponerse a escribir, y tratar de transmitir y difundir lo allí experienciado.
Juan Ciucci y Sebastián Russo
Grupo Rev(b)elando imágenes
Sobre la declaración de la hermana de Raymundo Gleyzer en la causa sobre el El Vesubio
Cinco de Julio. Diez y treinta de la mañana. En una sala de los tribunales de Comodoro Py, y con los comentarios de la eliminación del Mundial aun en boca de todos, va a declarar Greta Gleyzer, hermana de Raymundo (cineasta, miembro fundador de Cine de la Base, desaparecido por la última dictadura militar)
No habíamos asistido aún al juicio. Llegamos temprano, se estaba preparando todo. Nos sentamos en un cómodo sillón de cuero negro, donde había ya sentado un señor mayor, traje y cigarrillo con boquilla en mano. Nos preguntamos si sería uno de los abogados, uno de los acusados, un familiar. Al sentarnos, cambia su postura, y nos da la espalda, jamás nos mira (nos habría visto antes) Resultará ser el ex coronel Pedro Alberto Durán Sáenz, ex jefe del centro clandestino de detención El Vesubio, actualmente detenido, cumpliendo arresto domiciliario; y uno de los principales acusados de la tortura y desaparición de Raymundo Gleyzer, Haroldo Conti, Héctor Oesterheld, entre otros.
Nos levantamos, nos movemos hasta donde ingresa el público. Llegan los familiares de Greta, de Raymundo. Con un humor y comentarios (también sobre el Mundial) que nos sorprenden. Quizás por imaginar, estereotipadamente, el rictus canónico de un juicio, de quienes participan en él. Evidencian también, con su buen ánimo, un otro talante, una libertad en sus movimientos y comentarios, despojados de las formas encorsetadas de - cuanto menos- los militares.
Nosotros y la familia Gleyzer. Cuesta creer que al momento que se realiza el juicio por uno de quienes paradigmáticamente llevaron hasta las últimas consecuencias la relación arte y política, incluso por uno de los más célebres de los detenidos desaparecidos, casi nadie haya acompañando. Después llega un poco más de gente, otros testigos, amigos de la familia. Pero casi no hay público. Nadie de los que conciben que esa vida, esa muerte, más allá que no sea de la familia, los signa, los constituye, a ellos, a la Historia.
Ingresa Greta. Jura. Comienza a atestiguar. Habla de forma pausada, clara, contundente, con una memoria prodigiosa, trabajada, comprometida. No es dubitativa, ni conciliadora: “vengo a denunciar un asesinato”, son sus primeras palabras. Y enuncia, como por primera vez lo ya dicho, escuchado, repetido. Vuelve a decir, y refunda lo ya sabido: “Desaparecer personas, privarnos de su presencia, a una hermana de su hermano, a un hijo de su padre, al mundo de un artista, quién se arroga ese derecho”. Dice, y otorga, a eso ya dicho, una nueva capa de sentido. Permite un volver a extrañarse y actualizar, revivir lo indignante, cruel, arbitrario y a la vez sistematizado del proceso militar.
(Re)construye la biografía de Raymundo Gleyzer. Habla de sus inicios, sus logros, sus premiaciones. Intenta ponerlo en contexto, y así volver aun más manifiesta la “banalidad del mal”. Lo exiguo e infame de una reflexividad burocrática que asesinó a mansalva. Lo intenta, y en ese intento, el arte, el cine, ingresan a la sala, a un juicio por crímenes de lesa humanidad. Qué impensables, y a la vez qué redundantes y desactivadas resultan hoy estas relaciones: arte, política, violencia. Greta nombra a Antonioni, Fellini, Rossellini, quienes entre muchos otros firmaron una carta a la Junta Militar por la liberación de Gleyzer. Y la brecha parece volver a abrirse: ella se esfuerza, enfatiza, pero esas palabras, esos nombres, en los oídos de quienes tenían como misión aniquilar el virus marxista, evidencian una distancia infinita. Un trabajador de la cultura, no sólo un abismo de sospechas para una concepción maquinal-instrumental de la sociedad (como la de los militares y civiles de la dictadura), sino una implicación y praxis política hoy no menos escamoteada (rastros espectrales de esos años aun en nosotros)
Relata, narra. Recuperando (y no sólo ella, claro) la importancia, la necesidad del relato, del argumento, de la rememoración, siempre en presente, actualizada, de lo sucedido. Fundamental (fundacional) importancia, para ella, para nosotros, para nuestra Historia. Lo agradece, “son el primer tribunal que me escucha, todo esto es muy importante, sépanlo”. Dice, y los compromete, y carga de valor histórico a ese instante, a este juicio, a los juicios, estos, los que pocos presencian.
Y presenciarlos no es lo mismo que saber, informarse de ellos: estar allí, ver llegar a los ex militares esposados, charlando con sus abogados, verlos escuchar el relato de los testigos, que nuestros cuerpos compartan espacio físico con los que sobrevivieron, quienes atravesaron transes traumáticos, y con quienes disponían de esos cuerpos de modo criminal, tiene una carga experiencial, de comprensión, distinta, densa. Un sello, una huella que permite pensar lo mismo (vivirlo) de otro modo. Y así, actuar de otro modo, o simplemente actuar. Y al menos, sentir (como sentimos) la necesidad, la obligación de (en nuestro caso) ponerse a escribir, y tratar de transmitir y difundir lo allí experienciado.
Juan Ciucci y Sebastián Russo
Grupo Rev(b)elando imágenes
1 comentario:
En referencia al barrio, Greta comento en su declaración que le habían puesto el nombre de su hermano a una plaza en el barrio en que vivio, "la gloriosa Paternal". En ese marco de justicia nacional, las referencias al barrio y a la plaza, demostraron que los pueblos juzgan antes que sus gobiernos.
Publicar un comentario