jueves, febrero 28, 2008

Guillermo Enrique Moralli, corazón parado en el porvenir

La Comisión x la Memoria y la Justicia de La Paternal y Villa Mitre aborda problemáticas relacionadas a los derechos humanos y la memoria histórica popular, como una contribución más a la lucha por Justicia. Uno de los trabajos que encaramos desde esta comisión es la reconstrucción de las historias de vida de los luchadores sociales desaparecidos que vivieron, laburaron, militaron, o tuvieron alguna vinculación con nuestro barrio, a partir de los testimonios de sus amigos, vecinos, familiares y compañeros de militancia. Consideramos que rescatar las vidas cotidianas de los desaparecidos, conocer quienes eran y que ideas tenían, es también desatar sus banderas de lucha en nuestro presente político. En este caso, el homenaje es a un hincha del bicho que se acercaba hasta el barrio y transitaba sus calles cada domingo en que había partido en la vieja cancha de tablones de Boyacá y Juan Agustín García.

Guillermo Enrique Moralli

Willy en 1974

Le decían Willy desde que estudiaba inglés con sus hermanas en la época del colegio. Guillermo era el mayor de tres y el único varón. Nació el 11 de abril de 1949, pocos días después de que Mao Tse Tung proclamara la República Popular China, y unos meses antes de que entrara en vigencia la Constitución Nacional promulgada durante el primer mandato de Juan Domingo Perón.

Su familia habitaba un departamento de la avenida Pueyrredón, entre Sarmiento y Valentín Gómez, en el barrio de Once de la Capital Federal. Allí vivía con sus padres, hermanas y la abuela maternal, y su casa siempre estaba llena de chicos que iban a jugar. Era una familia de clase media, que en los veranos viajaba a Mar del Plata. De procedencia española por parte de madre e italiana del lado paterno. La política invadía las reuniones familiares, pero como había ideas muy encontradas, llegó un momento en que se trataban de evitar las discusiones. El abuelo materno había sido irigoyenista y poeta. En 1930 fue elegido diputado por San Antonio de Areco, de donde era oriundo, pero nunca llegó a ocupar el cargo debido al primer golpe militar de la historia argentina. Willy no tenía aún dos años cuando su abuelo murió. Su padre, en cambio, era un socialista de los de Alfredo Palacios. Fue él quien le inculcó el ateísmo. En 1964 su padre tuvo que dejar de trabajar y la madre, que hasta ese momento había sido ama de casa, salió a ganar el pan para la familia. Willy y sus hermanas eran muy chicos, y sus padres nunca quisieron que dejaran de estudiar.

Willy en Mar del Plata

Cursó la primaria en la escuela Pueyrredón, que queda sobre esa avenida entre Lavalle y Tucumán, y luego hizo el bachillerato en el colegio Bartolomé Mitre de Valentín Gómez y Jean Jaurés. Practicaba natación, waterpolo y siempre fútbol, que era lo que más le gustaba. El deporte le dio una contextura fuerte, a pesar de ser delgado y no muy alto. Tenía nariz grande y frente ancha, cara angulosa, pelo castaño oscuro y ojos grandes, color marrón claro.

A los 15 años se puso de novio con una chica que era de su barra de amigos de Obras Sanitarias, club del cual era socio. Estuvo con ella unos seis años, y la relación se rompió cuando Willy empezó a militar en la facultad. En su casa sabían de su actividad política, pero siempre pidió discreción y su familia respetaba sus decisiones. Cuando terminó la secundaria comenzó a trabajar en una empresa de cosméticos llamada Dubarry, donde era el pinche del lugar. Hizo el ingreso a Ingeniería y allí fue que comenzó a militar en Vanguardia Comunista y su brazo universitario TUPAC. Leía mucho, sobre todo de política. En su biblioteca no faltaban los libros de Marx, Lenín y Mao. Le gustaba el cine, el neorrealismo italiano en particular, y también viajar de mochilero al sur.

Entró a la facultad a finales de los sesenta, años en los que también empezó a seguir a los bichos colorados. De chico había sido simpatizante de River por herencia paterna, pero empezó a ir a la cancha vieja de tablones junto a Nacho, un tío materno que lo inició en el amor al club de La Paternal. Seguía al equipo de local y visitante, a veces con su tío, otras con amigos. Pudo incluso disfrutar de las primeras campañas en las que jugó Diego Maradona con la camiseta roja, época en que el diez era un diamante en bruto. Con su tío, paraban en la tribuna sobre la calle Boyacá, cerca de Juan Agustín García, a metros del lugar en el que hoy un mural recuerda a los hinchas del bicho desaparecidos. A Willy le gustaba contarle a su familia las ocurrencias de la hinchada y todos reían mucho con sus anécdotas. Cuando hablaba de Argentinos se desataba, y cuando el equipo perdía eran los únicos momentos en que se lo veía malhumorado. Si en la facultad lo cargaban con Argentinos Juniors, le gustaba recordarle a sus compañeros la historia del club y sus orígenes obreros, cuando se llamaba Mártires de Chicago.

Mural en el Diego Armando Maradona, sobre la calle Boyacá

La conscripción le tocó en el ejército de tierra. Gracias a una amistad de su abuela materna, la hizo en el Comando Radioeléctrico como teletipista. Por sorteo, fue de la primera tanda de conscriptos que salieron de baja. Esa experiencia de teletipista le sirvió para conseguir trabajo en Bunge y Born. En la época de la facultad, caía en cana cada dos por tres. El día que comenzaban sus primeras vacaciones, lo detuvo la policía por pegar carteles en la zona de Plaza Miserere. Estuvo detenido l5 días, los justos para volver al día siguiente al trabajo. Al Tiempo dejó Bunge y Born ya que trabajar para esa gente le creaba muchas contradicciones ideológicas. Mientras tanto, seguía su militancia en la facultad, cada vez más comprometido. Llegó a estar al frente del Centro de Estudiantes de Ingeniería. En esos años los estudiantes estaban fuertemente movilizados y hubo varias tomas de facultad en las que Willy tuvo un rol protagónico.

En las actividades de la militancia estudiantil se conocieron con Adriana, cuando el tenía 25 y ella 19. Era 1973, un año de mucha efervescencia, con manifestaciones callejeras masivas como la que consiguió la libertad de los presos políticos en Devoto la noche en la que asumió Héctor Cámpora la presidencia, o la marcha de repudio al golpe militar a Salvador Allende, a principios de septiembre. Willy y Adriana se casaron al año siguiente y vivieron juntos hasta 1977. Alquilaron un departamento en avenida de Mayo y 9 de Julio, y después se mudaron a Varela y Directorio, en Flores.

La militancia ocupaba cada vez más lugar en su vida, y salvo los almuerzos familiares de los domingos en lo de sus padres y alguna que otra salida de sábado a la noche al cine Fénix de Flores, ir a ver al Tifón era su diversión principal. Sus últimas vacaciones fueron en el verano del 76 cuando, meses antes del golpe militar, viajaron con Adriana unos días a Villa Gesell. No eran tiempos fáciles tampoco en lo económico, siempre tenían problemas de plata a pesar de que los dos trabajaban; aunque sabían vivir sencillo, sin ni siquiera televisión. Una radio Noblex con FM era el lujo de la casa, hasta que tuvieron un tocadiscos en el que disfrutaba de Daniel Viglietti y Quilapayún, sus favoritos. En ese entonces las ambiciones no eran personales: cambiar el mundo era la urgencia, hacer la revolución, el anhelo máximo. Pero como siempre hay lugar para los sueños, el de ellos era hacer juntos un viaje de mochileros a los lagos del sur.

Adriana y Willy en Villa Gesell, 1976

Tuvo que dejar de cursar cuando la Triple A empezó su macabro trabajo y la situación política se puso espesa. Willy se había distanciado un poco de sus hermanas por diferencias políticas. Poco después del golpe, en mayo de 1976, secuestraron a su hermana mayor y su cuñado. Mónica pudo salir con derecho a opción hacia Barcelona, a su marido Antonio nunca lo volvieron a ver.

En ese entonces, Willy había resignado la militancia en el centro de estudiantes para ir a trabajar a una fábrica en la que hacían envases para dentífricos en aluminio. A él le tocaba sacarlos de las máquinas, a temperaturas de fundición, lo cual le dejaba las manos y los brazos marcados por el calor. Ya trabajaba en una fábrica. Hacía lo que realmente quería y lo que creía. Se había convertido en un obrero industrial que militaba en el movimiento gremial.


Conciente del peligro que lo acechaba, no pensaba en irse del país, lo cual hubiese sido como abandonar la lucha para él. Durante el 76 y 77, participó de actos relámpagos contra la dictadura que consistían, por ejemplo, en pararse en el Obelisco a repartir unos volantes, pegar unos gritos de “abajo la dictadura” y esfumarse antes de que llegaran los milicos. También de pintadas en la madrugada y volanteadas en las fábricas.


Poco antes de su desaparición se había separado de Adriana, aunque se seguían viendo y tenían la idea de volver a estar juntos. Por precaución, Willy estaba parando unos días a lo de un compañero de militancia, ya que pensaba que su casa de Flores no era segura.

El 18 de julio de 1978, un grupo perteneciente al Batallón 601 del Primer Cuerpo de Ejército, bajo las órdenes del más siniestro hincha de Argentinos Juniors, “Pajarito” Suárez Mason, lo secuestró junto a su compañero. Pocos días antes, el mismo Willy expresaba su alegría por los festejos populares que desataba el mundial de fútbol, júbilo bajo el cual también se escondían las atrocidades del genocidio económico-militar.


Su madre, que había participado de las reuniones con los familiares en la Iglesia Santa Cruz (tuvo la suerte de no asistir el fatídico 8 de diciembre de 1977, cuando secuestraron a varios de ellos luego de la infiltración de Alfredo Astiz), se retrajo después de la desaparición de Willy para dedicarse y proteger a la hija que había quedado junto a ella. A su padre, que estaba muy enfermo de esclerosis múltiple, los secuestros de su hija, su yerno y luego de Willy le terminaron de liquidar las defensas.


Algunos de sus compañeros y amigos sobrevivientes del campo clandestino de concentración El Vesubio se encontraron con él en las cuchas (lugar donde tenían atados y encapuchados a los secuestrados). Cuenta uno de ellos, con quien también compartía las tribunas del estadio, que un domingo en que los guardias estaban escuchando la radio, Willy lo llamó para contarle que se había enterado del resumen de los partidos: “¡Ganamos!”, le dijo. Se aferraba así a cosas que tenían que ver con la vida.


Lo trasladaron en agosto de 1978. “Me voy, no sé adónde, pero será mejor que estar acá”, le dijo a uno de sus compañeros. Por la cantidad de gente que llevaban y porque los vestían de marrón, es muy probable que su destino haya sido alguno de los llamados “vuelos de la muerte”, en los que los militares arrojaban a los secuestrados desde los aviones al Río de la Plata.

Guillermo Moralli tenía 29 años la última vez que lo vieron con vida.

Stencil en las calles del barrio


La Paternal No Olvida!!!

Comisión x la Memoria y la Justicia de

La Paternal y Villa Mitre

viernes, febrero 01, 2008

Nuevo centro cultural - 1 de febrero



El miércoles 31 de enero de 2008, parte del predio de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada pasó a llamarse Centro Cultural "Nuestros Hijos".
La Comisión aprovechó para recordar a los compañeros del barrio que pasaron por ese ex centro de torturas de la última dictadura militar, dejando nuestra huella en el lugar.