Cicatrizar Vesubios
La lava brotó arrasando humanidad, éticas, juventudes. Se agrietaron tierras, himnos, gargantas. Heridas a flor de historia en un país que duele bajo la piel. Cicatrices estremecidas a la menor llovizna, caricia, recuerdo. ¿Quién podía profetizarlo? Ni Discepolín en su tango más triste hubiera imaginado un genocidio argentino, palabra terrible, palabra machete, palabra picana, palabra crematorio, palabra difícil de integrar, de pronunciar, de figurar en nuestra historia: “aquí hubo un genocidio”. En este país tan bello, tan generoso, en este país de asados fraternales en el que juramos con gloria vivir, en este país en nombre de la gloria, bebés arrancados a sus madres al nacer, desapariciones y torturas, vuelos de la muerte arrojando vidas al mar. Pero ... la memoria no se hunde, no se diluye a golpes, no se esfuma en falsas cédulas de identidad, la memoria es torrente, no se detiene hasta encontrar sus propios labios, hasta pronunciar, esta mi madre, este mi padre, éste mi hermano, éstos los asesinos.
Y ahora cuesta mirarse, palparse el dolor ya maduro, mirar los juicios en primeras planas, jueces, dictámenes,banquillos de acusados, cuesta ver más allá de caras abultadas, arrugadas, inculpadas con treinta años a cuestas, y a fuerza de noticias y noticiosos las miradas se saturan, patinan sobre reflejos del horror para huir de los espejos implacables que nos dicen, este tu país, aquí sucedió lo innombrable, aquí .... Espejos que dicen a todos los humanos, en un país llamado Argentina, entre 1976 y 1983 existió una dictadura cívico militar que cometió un genocidio, que se propuso exterminar a la parte “impura” de la población, a los “zurdos de mierda”, fueran peronistas, marxistas, sindicalistas ... poco importaban sus orígenes o confesiones religiosas, cristianos, judíos o musulmanes, gallegos, japoneses, italianos, franceses ... había que extirpar del cuerpo social esas impurezas ... “negación del derecho de existencia a un grupo humano” ... ese es el mecanismo de base de los genocidios, grandes o pequeños, y así fue aquí, en esos años, en estas costas del Río de La Plata.
Nuestro Vesubio no es gloria ni orgullo, no es majestad volcánica velando ruinas de Pompeya, nuestro Vesubio una casona ya derrumbada en el camino de cintura, entre estampidas de coches y aviones amortiguando el eco de torturados alaridos. Nuestro Vesubio, chupadero, pozo, centro clandestino de detención ... eufemismos para no pronunciar lo impronunciable. ESMA, Olimpo, La Perla, Campito, Chalecito, Mansión Seré ... cientos de Vesubios en este país, cientos de cráteres eructando exterminio. ¿Para qué tantos juicios? exclaman algunos ¿Porqué no borrón y cuenta nueva? Ni esta ni ninguna sociedad podrían vivir mucho tiempo con heridas infectadas, hay que abrirlas y desinfectarlas para que Vesubios cicatricen.
Cicatrizar Vesubios, juzgar culpables, no por venganza, sí por justicia, no sólo por las víctimas, también por los culpables, para que las penas se cumplan y que las culpas se paguen
Cicatrizar Vesubios, para que la concordia nacional pueda germinar, no sobre heridas ocultas, sí sobre memorias abiertas.
Cicatrizar Vesubios, para los argentinos y para todos los humanos, para las víctimas de todas las masacres, armenios, judíos, camboyanos, rwandeses .... para decir que es posible algún día frenar la noria descargando odio ciego.
Por eso los adherentes a esta nota agradecen a todos los que han bregado a lo largo de estos años para que estos juicios sean posibles. A las asociaciones de madres, abuelas o hijos de desaparecidos, a los innumerables testigos y querellantes, algunos han pagado con su vida el testimonio, a los jueces que han consagrado su labor a desinfectar viejas heridas. Les agradecemos simplemente por ayudar a cicatrizar este país, para que se ponga de pie y camine nuevamente.
marzo 2010
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